Puedo imaginar a un joven Juan García Ponce perdido y angustiado en el mar tempestuoso de sus pensamientos sin saber exactamente qué rumbo tomar para su vida futura. Pues cuando niño, no había sido un buen estudiante, tampoco le importaba ser alguien en la vida. Durante la adolescencia, con un aire mucho más desalentador, pasaba los días conociendo mujeres y enamorándose de ellas; embriagándose en la compañía de sus amigos con quienes discutía sobre música y literatura, pero todo quedaba en mera diversión y un futuro incierto.
Sin embargo, cuando se llega a una edad en la que un hombre se encuentra frente a frente ante los caminos a tomar para construir los rieles de su vida debe tomar una decisión importante: adaptarse a los estándares de la sociedad, o elegir el camino de la pasión —siendo esta última una cuerda floja entre el fracaso y el éxito—. Ponce, siempre fiel a su filosofía de la incertidumbre, elegiría la segunda opción, pues toda profesión carecía de significado para el autor de El gato. Tal y como lo cuenta en su Autobiografía:
lo que quería era no hacer nada, porque todas las actividades a mi disposición como hijo de familia algunas veces acomodada y de unos padres comprensivos y tolerantes, todas las posibles carreras u ocupaciones, me parecían absolutamente fútiles.
No obstante, pese al aparente desinterés por ser alguien en la vida, Ponce había encontrado desde niño su vocación predilecta: la literatura. Porque desde muy pequeño, en una temporada en casa de su abuela, el autor de De anima cayó enfermo y se vio obligado a quedarse en cama durante un tiempo indefinido, comiendo la sopa de la abuela. En uno de esos días de fiebre, su querida abuela le regaló lo que sería su primer libro: Tarzán y los monos de Edgar Rice Burroughs. Ponce, quien nunca había leído un libro en su vida, cuenta que no soltó ni un instante aquél libro maravilloso, pues las descripciones de Burroughs lo llevaron a un mundo diferente lleno de fantasía e imaginación.
La abuela y la madre del autor, al notar el interés de García por la literatura, comenzaron a regalarle libros de diversos autores para que su recuperación fuera más amena, desde Mark Twain, Dickens, Dumas, Victor Hugo, hasta sus predilectos Karl May y Salgari.
Desde aquellas primeras lecturas, el valor de los libros se encontró con la posibilidad de abrir una nueva dimensión de la realidad. A través de ellos, la imaginación configuraba de una manera distinta lo que me rodeaba, haciéndolo transformarse a mi antojo.
Sería que por medio de la enfermedad el autor yucateco se enamoraría de la literatura y más tarde de las novelas alemanas.
Cuando Ponce finalmente decidió lo que quería ser, no contó con el apoyo de su familia cuando mencionó que quería ser escritor, en su lugar, abandonó la escuela y trabajó durante dos años en la fábrica de su padre para que aprendiera sobre el negocio familiar.
Las palabras de su padre, quien poseía un carácter fuerte y decidido, le dijo alguna vez a su hijo: “No vas a llegar a ningún lado” y “te vas a morir de hambre” cuando se enteró que su primogénito quería ser escritor en lugar de ser un hombre útil para la familia.
Dicha sentencia resonaba en el alma del escritor yucateco, pero no se daba por vencido en su vocación como escritor, en su lugar, se fugaba del trabajo de su padre y pasaba las horas leyendo, tal como recuerda de manera anecdótica Elena Poniatowska:
Juan García Ponce siempre fue sorpresivo. Se inició en la literatura acostado en un camión carguero que transportaba pacas de borra justamente de la fábrica de Elías Sourasky a la de su padre. Juan descargaba y cargaba las pacas de borra en compañía del machetero y luego se tiraba a leer encima de ellas, acostado, a Thomas Mann, a Herman Broch, a Robert Musil, de quien es el descubridor o por lo menos el revalorizador en México como lo es también de Pierre Klossowski.
Su padre, al ver que su hijo no resultaba bueno para el trabajo, decidió mandarlo a Europa con la intención de hacerlo conocer el valor del dinero.
En su lugar, Ponce se enamoró de aquél lugar y no quiso volver a México por más de un año. Se enamoró por segunda vez de una mujer que le correspondió, se maravilló por la pintura de Pierre Klossowski, y nunca más quiso volver, sin embargo, tarde o temprano tendría que hacerlo.
De este viaje, reflexionó a cerca de la literatura que se hacía en México, pues Ponce nunca se sintió parte de su propio contexto, en su lugar, creía que todas las grandes historias siempre ocurrían en otros países salvo el suyo:
En ese tiempo me parecía que los libros se escribían en una tierra de nadie, lejana e imprecisa, y que desde luego no era México. […] El escenario, por ejemplo, de las novelas que admiraba se extendía desde San Petersburgo hasta Nueva York, pero jamás tocaba México.
Bajo esta concepción, Ponce se pondría a trabajar en novelas que tuvieran toda la influencia europea, pero con un contexto completamente mexicano. Pues como menciona el autor: “debo confesar que sólo entonces empecé a ver la literatura mexicana como una realidad global en lugar de la serie de obras aisladas”.
Esta visión se vería reflejada en lo que posteriormente se conoció como la Generación de la Casa del Lago.
Juan García Ponce tuvo su primer contacto con las letras alemanas a través del primer autor que leyó siendo un niño convaleciente de alguna de esas enfermedades de la infancia: Karl May, que, curiosamente, escribía westerns. Éste lo llevó hasta Thomas Mann, pero sin duda quien más despertó su imaginación y definió el aspecto existencial de su obra fue Musil. Sus personajes Törless, Ulrich y Agathe repercuten de manera sonora en varios personajes del autor. Es muy importante destacar la trascendencia que suscitó el gusto estético de García Ponce por escritores alemanes y franceses (presencias e influencias): Robert Musil, Thomas Mann, Hesse, Heimito von Doerer, Georg Trakl, Heinrich Böll, Gunther Grass, Knut Hamsun, Haldor Laxness, Rainer María Rilke, Herbert Marcuse, Herman Broch, Pierre Klossowski, Georges Bataille y Maurice Blanchot; al lado de las traducciones, que llevó a cabo de las obras de algunos de estos pensadores, estuvo el darlos a conocer en la cultura mexicana.
Por esta razón, en 1982, en la relación cultural entre México y Austria, el escritor fue premiado con la “Gran Cruz de Honor” para las Ciencias y Artes de Primera Clase, otorgada por el gobierno de Austria.
Todas estas influencias se ven reflejadas en la obra de Ponce, pues, al igual que Klossowski, García Ponce desea encontrar cómplices adecuados para su obra.
Esta idea de complicidad transita en su creación literaria a través de lo que él llama su ‘fascinación’ por escritores y pintores, y en general por el arte; fascinación que a la vez nos convierte a nosotros, como lectores, en cómplices de su obra y de su fascinación. En su narrativa, por ejemplo, hay intertextualidades irrebatibles con Robert Musil y Pierre Klossowski.
De Musil, García Ponce no solamente acoge situaciones amatorias que se presentan en “La realización del amor” o en “El hombre sin atributos”, también toma nombres de sus personajes, como el de Regina en La presencia lejana en homenaje a la Regina de “Los exaltados o el de Anselmo”, de la misma novela, que hallamos en Crónica de la intervención e Imagen primera; o el de Claudia en La cabaña, del de Claudine de El hombre sin atributos; de esta manera, adopta títulos para sus textos como el de su novela Unión, tomado de los relatos de Musil publicados bajo el nombre de Uniones, y el título del libro Cinco mujeres que hace alusión a “Tres mujeres” del autor austriaco. Eduardo, profesor de literatura en la novela El libro, da como lectura a sus estudiantes “La realización del amor” de Musil, cuento que seduce y une a los protagonistas a pesar de su inevitable separación al final de este.
El vínculo de algunos textos del escritor mexicano como De ánima, Crónica de la intervención (aunque esta monumental novela es su total homenaje a Musil) y el cuento “Rito”, con Las leyes de la hospitalidad de Pierre Klosowski.
El contexto literario de la obra de García Ponce es muy amplio; de la misma manera que se encuentra a Musil y Klossowski, hallamos a Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Georges Bataille, Cesare Pavese, Maurice Blanchot, Marcel Proust, Rainer María Rilke, Thomas Mann y James Joyce, entre otros. Su literatura sistemáticamente despliega una serie de conceptos: la imagen, la mirada, la contemplación, lo disoluto y obsceno, el cuerpo, el universo de las apariencias; así como aquellos que se manifiestan a través de antítesis y contrasentidos: la ausencia y la presencia, lo visible y lo invisible, el sentimiento y la carnalidad, la identidad a través de su negación y la inocencia mediante la perversión, obsesiones que se repiten una y otra vez. El resultado de esta semiosis dinámica se presenta dentro de una red de relaciones cuya expansión instaura un mundo.